miércoles, 18 de julio de 2007

A UN HOMBRE SABIO


"En su célebre libro: "EL PRINCIPITO", Antoine de Saint-Exupèry
Lanza una sentencia terrible y no menos cierta a la vez:


Quiera Dios, que estas palabras de carácter universal,

no se hagan realidad en estas atrevidas y presumidas frases que aquí escribo"


Que comprende que algunas de nuestras peores tragedias, nacen de nuestros más íntimos complejos.
Que sabe que el enojo es un énfasis ridículo.
Que reconoce que hay más felicidad en el dar que en el recibir. Salvo, cuando nos dan amor.
Que trata de no mentir. Porque entiende que la mentira es un pedido velado de auxilio.
Que intuye que la envidia del hombre se mide más por su silencio que por su burla.
Que ya no lleva las estadísticas de sus éxitos y fracasos; porque perdió el histérico hábito de la suma, ahora simplemente enumera.
Que entiende que la envidia es el opio de las almas, cuyas alas heridas no se atreven a volar.
Que sabe que la soberbia, muchas veces: Es la distancia que media entre el logro actual inmerecido y su injusto punto de partida.
Y la frustración, casi siempre: La diferencia entre el ámbito en el que estamos encadenados y aquel, al que razonablemente aspiramos.
Que intuye que las grandes verdades son ajenas al lenguaje, más bien se encuentran ocultas tras las extrañas formas del silencio.
Que ya no reclama nada a sus padres, ahora ve de soslayo a sus hijos.
Que sabe, que el fracaso no necesariamente es la antesala del éxito, porque hay fracasos que son más definitivos que el color de nuestros ojos.
Que se puede parar frente a la mujer que lo abandonó injustamente hace unos años, no porque la quiera; sino porque advierte que sólo una cosa está por encima del amor: Nuestra propia dignidad.

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