miércoles, 18 de julio de 2007

DISERTACIONES



Arde soleada la tarde.
Es septiembre. La primavera, descuelga por un abanico florido
que abrió al amanecer el alba, su mejor traje de luces
Tarde que cobija al lamento del mar ascendido.
Cuando en los acantilados distantes, de piedras oscuras,
mi mano busca tu silueta de luna, y no la alcanza.
He querido retenerte aún, entre las redes de mis manos
Pero tú, como un pez nocturno y azul, te me escapas.
Quedando en ellas, sólo escamas frías, besos, espumas vanas…
¡Aquí estamos! ¡Aquí estoy! ¡Aquí te amé!
Atrapados entre las dunas, y las vastas aguas marinas
En la lejanía…
Las velas de los barcos tendido el vuelo,
se inflaman alborozadas, saludándonos.
Pero entre tú y yo.
Se levantan erguidas como gigantes murallas; tus agitadas manos.
En el cielo el viento ruge y canta; cabalgando sobre sus alas marinas;
trayéndome en sus húmedas manos,
vendas azules; desinflamando mis ojos, ojos de llanto;
ojos de veladas noches consumidas, a la luz tenue de un cirio que se apaga.
En un ángulo olvidado, de la que fue nuestra casa.

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