lunes, 24 de septiembre de 2007

A MI GATO NEGRO




Recostado sobre un sillón gastado por el uso, en un grave rincón de mi cuarto: yace mi gato negro; mientras su mirada, acecha la pecera que esta cerca de sus narices.

Pero hay un mandato, un pacto secreto que lo obliga solamente a contemplarla; consumado hace milenios, bajo la remota luna de medio oriente, cuando una noche cualquiera, la mano trémula e indecisa de un hombre, se posó sobre el lomo de su ancestro; y aquél, lo consintió agobiado, por un caprichoso designio de Dios.

Fueron casi dioses en el antiguo Egipto (hasta los sepultaban).

Fueron testigos de la laboriosa defensa de Cartago, cuando el fenicio con velas, sangre y espolones, se defendió tenazmente del romano.

Fueron adornos sobre los suaves almohadones que con plumas de sagradas aves, construyó el persa.

Sólo me llamas cuando tienes hambre o me necesitas.

En ese sentido te pareces a todos los gatos o quizás, a algunos hombres?

Pero creo haber descubierto una fisura fugaz en tu genoma. Y como si fueras la prolongación de un dedo de la noche. Te acercas entre la oscuridad de mi pieza y te dejas acariciar por un efímero instante.

Un error involuntario del universo te sometió al acoso tenaz de infinitos y laboriosos sueños.

Es cierto que me buscas sólo cuando me necesitas.

Pero claro. Tú eres en definitiva eso: solamente un gato. En cambio, yo soy humano.

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