martes, 25 de marzo de 2008

MUJER MIMO


Acurrucada sobre un frágil tajuelo de madera,
mientras posa en su mano una cajita de plata,
cuelga sobre sus delgadas piernas, su inmòvil brazo.
Yo me paro frente a ella a la hora del crepúsculo,
cuando se desmayan los últimos colores de la tarde,
y siento el leve susurro de su respiración en el aire.
Si alguien le tira monedas en su alcancìa de lata;
yo no la miro y me pregunto ensimismado:
¿Acaso se endurece y se oculta
por el hambre?
¿O es la intolerable cadencia de aquel nombre,
la que retumba en sus oídos y anega su alma,
bajo un desdichado vestido de alambre?
Yo también quisiera darle una moneda,
y sentir a mi corazón temblar alborozado.
Pero me resisto a que me mire de ese modo.
Cuando llueve, desde sus cabellos de acerados hilos,
dos rizos se descuelgan sobre sus rígidos senos.
Mientras tanto…
Yo sigo allí.
Mojado!
Mojados!
Hambriento, callado, rozando sus trenzas con mi mano.
Sé que tarde o temprano, me abrirá sus ojos.

CUANDO EL TIEMPO INSISTA



Cuando el tiempo insista con su rumor de espadas,
e inútil sea contrarrestar su canto.
Yo gritaré tu nombre, y el vino danzará en las bodegas,
y la tierra nos lanzará la llamarada azul del día.

Mantengamos viva la dulce absolución del sueño,
y el orden de nuestros quemantes anhelos,
seamos el matrimonio secreto del sol en la cara,
y la humedad de la noche practicándose en el trigo.

¡Que no se extinga el fuego de tus manos,
o el temblor leve y puro de tus labios,
que tu voz desmenuce los poderes del llanto!

hasta que el combate de tu sangre en la mía,
se apague como el pulso de un largo y misterioso río,
deslizando a nuestros besos, hacia un mar eterno

SOY


Soy el desventurado libro, (que alguien sobre el mármol, olvidó en un sepulcro)
Soy el suspiro profundo y ominoso que a la una de la tarde. Lanzó Napoleón, al ver llegar a Blucher en Waterloo.
Soy la última pasión desatada en “Campos de trigo” por Vincent Van Gogh.
Soy la tozudez de Milton, ante las místicas acechanzas de William Laud.
Soy el cero que el hindú (sin saberlo), creo para absorber todas las cifras y las cosas, pero que tampoco las divide.
Soy el rostro sin nombre, azuzado por el tiempo y un par de desengaños.
Soy el mentiroso, el poeta, el engendrador.
Soy el que fue engañado, el que engañó, el que debió, y al que le han debido.
Soy el que rechaza el recurso histérico del recuerdo (esa misteriosa forma, que a veces adopta la agonía)
Soy el que confía en que será el miedo a mis propios miedos, el que me liberará algún día.
Soy el que desecha lo material y lo superfluo, o al menos no los deseo (no tiene sentido aferrarse a lo que nos sobrevive, jamás serán nuestros)
Si esta última sentencia es cierta, su opuesto también lo debe ser.
Es por eso, que sólo busco la dicha en el trato con los hombres, después de todo, nadie es inmortal.
Soy el que soy…